La piedra mística de Daniel 2:34

Comentarios 2024.02.23

Un enigma divino: ¿es la primera venida de Cristo o la asamblea de 144.000?

En las resplandecientes aguas del Pacífico, entre las idílicas islas de Papúa Nueva Guinea, Vanuatu, las Islas Salomón y Fiji, se está gestando una tormenta peculiar dentro de la comunidad de los Adventistas del Séptimo Día. Facciones oscuras, que se declaran verdaderos adventistas, están tejiendo intrincadas redes de engaño. Como marineros atraídos por el canto de la sirena, estos grupos incansablemente atraen a los miembros de la iglesia hacia lo que llaman la herejía del “Reino de Piedra”, que ahora aparece no en una sino en dos seductoras variaciones.

La primera vez que me topé con estos espejismos teológicos fue a principios de los años 80. Incluso entonces, su elusivo atractivo era tema de conversaciones susurradas y cuentos de advertencia entre los fieles. Estas herejías, antiguas pero recientemente pulidas, han vuelto ahora a atormentar el paisaje espiritual de la región del Pacífico. La pregunta persiste: ¿la comunidad discernirá la tormenta en el horizonte y navegará con seguridad, o se verá arrastrada al ojo de la confusión?

El Reino de Piedra y la primera venida de Jesucristo

En un tapiz milenario tejido desde los días de los apóstoles, emerge un patrón curioso: un relato revisionista que busca redefinir el núcleo mismo de la fe cristiana. Es como si el mismo Pedro estuviera inclinado sobre nuestros hombros, susurrando una advertencia sobre aquellos que se burlarían de la idea del regreso de Cristo (2 Pedro 3:3,4). Este mito moderno adopta una postura preterista y sostiene que el Reino de Piedra de Daniel 2 se realizó plenamente durante la primera llegada de Jesús a la Tierra. Postula que la segunda venida de Cristo es una mera ilusión: Él ahora permanece con nosotros únicamente a través de Su Espíritu Santo.

Es una historia que busca interpretar la trascendental
piedra de la visión de Daniel, que alguna vez fue simplemente una imagen, pero que creció hasta llenar toda la Tierra, como nada más que una metáfora del reino de gracia de Dios, Su iglesia en estos últimos días (Daniel 2:35,44). Sin embargo, este giro teológico está en desacuerdo con la resonante promesa del mismo Jesús: “Vendré otra vez” (Juan 14:3). Se ignora la advertencia de Cristo de desconfiar de cualquiera que señale y diga: “¡Mira, aquí está el Cristo!” (Mateo 24:23 NVI).

No es que el regreso de Jesús sea un asunto tranquilo que pueda pasarse por alto o equivocarse fácilmente. Las Escrituras pintan un cuadro vívido de un espectáculo brillante, sonoro e inspirador (Mateo 24:31; 1 Tesalonicenses 4:16). Sólo el Nuevo Testamento está repleto de más de 300 referencias a su regreso: un coro demasiado armonioso y demasiado ruidoso para ser ignorado fácilmente.

Cuando nos alejamos para ver el panorama más amplio de Daniel 2, las distorsiones de esta herejía se vuelven aún más transparentes. El sueño de Daniel visualiza no sólo un reino terrenal sino una sucesión de ellos, que culmina en los dedos de los pies de la gran imagen (Daniel 2:36-43). Si el “Reino de Piedra” hubiera sido únicamente acerca de la primera venida de Jesús, ¿no se habría integrado en esa misma imagen? Daniel, sin embargo, vio el “Reino de Piedra” como algo distinto de los reinos terrenales (la imagen) y materializándose al final de los tiempos, una visión que esta interpretación sesgada no honra.

El Reino de Piedra y los 144.000

El segundo relato proviene de los anales de las reinterpretaciones espirituales adventistas desde 1929, y que perdura como un estribillo inquietante. Victor Houteff, el enigmático arquitecto detrás del movimiento de la Vara del Pastor, expuso ideas que han repercutido a lo largo del tiempo y en las aguas del Pacífico, gracias a un flujo incesante de literatura gratuita distribuida por varios grupos adventistas rivales. Aunque Houteff hace mucho que abandonó este ámbito, sus ideas persisten y arrojan sombras sobre las interpretaciones de los textos sagrados.

Según Houteff, el “Reino de Piedra” de Daniel 2:34 no era un mero símbolo del reinado divino sino un preludio de un cuerpo de élite de 144.000 santos que se reunirían dentro de la Iglesia Adventista. Esta élite espiritual, argumentó, sería aquella que “gime y llora por todas las abominaciones” (Ezequiel 9:4) que plagan a la Iglesia Adventista en su estado de Laodicea. A sus ojos, estos elegidos llevarían el sello divino de Dios mencionado en Apocalipsis 7:2,4; 14:1-5 y llegar a ser parte de los 144.000 apocalípticos.

Houteff encontró apoyo para sus puntos de vista en los escritos de Elena de White, centrándose en temas del sellamiento, la sacudida y el cambio dentro de la comunidad adventista. Para él, la magnífica expansión de la piedra hasta convertirse en una montaña (Daniel 2:35) representaba nada menos que la “gran multitud” de Apocalipsis 7:9, acumulada durante el período conocido como el Fuerte Pregón.

Sin embargo, esta interpretación idiosincrásica cede ante el escrutinio. Desacata la regla de oro de permitir que la Biblia sea su propia intérprete. Ni una sola vez Daniel 2 menciona a los 144.000, una omisión flagrante si se quisiera que fueran centrales en su mensaje. Al elevar a estas supuestas élites al estatus de transformadores del mundo, la visión de Houteff limita el enfoque bíblico a los hechos y esfuerzos humanos, pintando un retrato exclusivo y egocéntrico que choca con la narrativa más inclusiva y divina de las Escrituras.

Una verdad brillante

En la gran ópera cósmica que es Daniel 2, la narrativa se extiende no sólo desde los jardines colgantes y zigurats babilónicos hasta el Partenón griego y el Coliseo romano. No, extiende sus hilos dorados aún más, mucho más allá de nuestra visión telescópica, hacia el futuro último de la humanidad misma. Imaginemos por un momento un lapso de tiempo de imperios, ideologías y civilizaciones, todos culminando en un evento tan monumental que eclipsa incluso el acontecimiento sísmico de la primera venida de Jesús. Ese aterrizaje terrenal, si bien trascendental por derecho propio, no fue más que una sola nota en una sinfonía en constante evolución, una estrofa romana en el poema épico que Daniel imagina.

Si la profecía de Daniel fuera una obra maestra teatral (que, en muchos sentidos, lo es), el final no es un suspenso sino un gran final impresionante. Es como si el “Dios del Cielo” fuera a la vez el autor y el maestro de esta actuación cósmica, agitando una batuta de director que señala el colapso de los imperios construidos por los humanos en la Tierra. Ingrese al “Reino de Piedra”, un personaje en sí mismo, descrito con una viveza casi cinematográfica como “cortado sin manos” (Daniel 2:44,45). Esto no es sólo un giro de la trama; es el clímax, el punto culminante. Ningún conjunto de 144.000 mortales podría jamás robar esta escena; son simplemente extras en una superproducción divina donde sólo Dios obtiene la ovación de pie.

El “Reino de Piedra” no es un artefacto polvoriento y desmoronado almacenado en los anales de las teorías escatológicas; es el avance de una próxima epopeya, una secuela divina que anuncia un reino a la vez eterno e indestructible (Daniel 2:44,45). Interpretar este fenómeno sobrecogedor como un emblema de la segunda venida de Cristo no es sólo apropiado; crea un flujo narrativo fluido desde Génesis hasta Apocalipsis, un arco narrativo que enfatiza de manera coherente y poética el dominio inmutable de Dios.

Y así, dentro del complejo laberinto de símbolos, alegorías y profecías que componen la narrativa bíblica, una verdad resplandeciente emerge como una estrella del norte en un cielo de medianoche: la Palabra de Dios es irreprochable, su integridad es tan inquebrantable como la ley divina. Entonces, mientras navegamos por las turbias aguas de la incertidumbre terrenal, nuestra brújula sigue siendo infaliblemente precisa. Podemos navegar con confianza, sabiendo que la navegación cósmica está bajo el gobierno infalible de un Capitán Divino cuyo dominio del universo está más allá de la comprensión humana.


El Dr. Limoni Manu O’Uiha es director de Teología del Fulton Adventist University College, Nadi, Fiji


Fuente: https://record.adventistchurch.com/