Un pueblo profético

Comentarios 2023.07.19

¿Podemos sentirnos tan fascinados con el enigma de la profecía bíblica que esto llega a convertirse en una terrible obsesión? Como  puede ocurrir con muchas otras cosas, ¡por supuesto  que sí! Es posible que las cifras, los cálculos, los hechos históricos y hasta las especulaciones puedan llamar a tal punto nuestra atención, que perdemos de vista la importancia más amplia del mensaje profético. Esa afición exagerada por todas las fechas y nombres involucrados puede convertirse también en fuente de orgullo y un sustituto del cristianismo genuino.

Por otro lado, la ignorancia de nuestra identidad profética engendra confusión. ¿Por qué razón  hemos adoptado ciertas normas y prácticas de estilo de vida? ¿Por qué enfatizamos tan celosamente ciertas doctrinas? ¿En qué forma debemos involucrarnos en el mundo? Es la intención de este ejemplar de nuestra revista tratar el tema acerca de la forma como nos interrelacionamos con el mundo.

A principios del siglo diecinueve, nuestro movimiento nació a partir de una ardiente exploración de las Sagradas Escrituras y sus declaraciones proféticas. Más tarde, a partir del Gran Chasco de 1844, los creyentes adventistas descubrieron su misión singular dentro de las profecías de Apocalipsis. De hecho, los primeros adventistas encontraron que su experiencia desilusionadora  estaba profetizada en Apocalipsis 10, afirmando con ello su existencia misma. A través de los años, la profecía ha continuado guiando el marco estructural y la identidad y misión del movimiento adventista del séptimo día.

Los eventos mundiales nos compelen periódicamente a revaluar nuestra comprensión de las verdades proféticas. Consideremos, por ejemplo, en qué forma, para muchos, la firma del Tratado Maastricht en 1992 despertó simultáneamente esperanzas para la unificación de Europa y al mismo tiempo algunas dudas acerca de la veracidad de Daniel 2. Entonces, y asombrosamente, el Reino Unido se convirtió en la primera nación soberana en retirar su membresía de la Unión Europea, derribando con ello previas esperanzas y afirmando nuevamente la confianza en la profecía bíblica. Podemos preguntarnos cuántas inversiones y estratégicas a largo plazo se vieron, o pudieron haberse visto impactadas en 1992, basándose en la confianza en la interpretación de Daniel 2.

Actualmente, el escenario global está plagado de temor. Temor al terrorismo. Temor a la extinción étnica. Temor de los efectos de la declinación moral de la sociedad. Temor de los efectos del aumento del dogmatismo. Temor a lo conocido y a lo desconocido. Tales temores han llevado a muchos a reinterpretar nuestra comprensión de las profecías, particularmente de aquellas encontradas en los libros de Daniel y Apocalipsis. Afiliaciones políticas, prejuicios de larga trayectoria y nuevas ideologías, se superponen con, o socavan nuestra ya establecida comprensión. ¿Cuál en vez de ello sería nuestra testificación cristiana si manifestamos confianza en los resultados predichos en las páginas de las Escrituras? ¿Cómo debemos relacionarnos con las tendencias políticas cristianas y cuál es nuestro papel como movimiento profético en este tiempo del fin?

Nuestra comprensión de la profecía como adventistas del séptimo día bíblica nos brinda un sentido de orientación. Nos indica en qué punto estamos en la historia de este mundo y nos reafirma en la idea de que nuestras pruebas y desafíos no son una sorpresa para el Dios omnisapiente.  Cuando el temor se apodera del mundo a nuestro alrededor, no encuentra lugar en el corazón de aquellos cuya confianza está anclada en el Dios de las Escrituras; el Dios que les prometió a Adán y Eva que aplastaría la cabeza de la serpiente aunque esta le hiriera en el calcañar; el mismo Dios que le comunicó a Abrahán que sus descendientes serían extranjeros y esclavos en un país extranjero por 400 años; el Dios que a través de Jeremías anunció que Israel sufriría el yugo de la cautividad babilónica por 70 años; el Dios que predijo que después del gobierno de Roma, los gobiernos de Europa nunca habrían de unirse entre ellos.

Cuando aceptamos al Dios de la profecía bíblica como nuestro Dios, podemos involucrarnos en el mundo con absoluta confianza; profundamente afectados y al mismo tiempo, simultáneamente impávidos ante la excesiva perversidad del mal. Sabemos hoy a grandes rasgos lo que se espera del mañana. Nuestro cristianismo, entonces, no puede ser reflejo de un mundo lleno de dudas u oscuridad. Tenemos un llamado profético.

Somos un pueblo profético.

Sikhululekile Daco es editora asociada de Adventist Review Ministries


Fuente: https://interamerica.org/es/